sábado, octubre 16, 2010

Habemus mascotas

¡Qué post tan aburrido fue el anterior! Aprendí que escribir porque hay algo que contar es diferente de escribir porque hay que contar algo...

Para compensar aquí les traigo una historia que ocurrió este verano, aunque ya es otoño.

Un día llego al apartamento y mi room-mate me sale al encuentro con una afirmación un tanto extraña: que ha adoptado 6 niños y los trajo a la casa. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Y dónde los vas a meter? - pienso yo, mientras mi cara está entre "confundido" y "procesando".

Luego procede a sacar de su habitación un pequeñísimo tanque con 6 pececitos adentro; 5 diminutos peces dorados y un pececito cometa color pez Koi.



Yo sabía que mi room-mate quería tener mascotas desde hace tiempo, pero ella estaba pensando más bien en algún mamífero, como un gato, algo con lo que se puedan establecer mutuos lazos de afecto.

Inclusive, en una ocasión visitamos un albergue animal. Allí ella consiguió un gato de su agrado. Lo quería adoptar, pero nuestro edificio tiene una regla que prohíbe animales. Si nos descubren con el gato habría que regresarlo al refugio, y según Tricia (mi room-mate) eso sería trumático para el perezoso felino.

Lo segundo que me extrañó es que un día no hay peces ni planes de tener peces, y de repente al día siguiente hay 6 peces. Normalmente me habría consultado antes de aventurarse a comprar animales.

La explicación corta es muy sencilla: ella no planeó tener los peces. La explicación larga va así:

Mi room-mate sigue una regla auto-impuesta muy creativa: hacer algo fuera de lo común una vez al mes. El mes de agosto decidió que se iría a pasar un fin de semana en la prefectura de Shimane.



Yo vivo en Ôsaka, que es el número 27 en el mapa, y mi room-mate agarró un autobús nocturno a Shimane, el número 32.

Yo no he ido a Shimane, así que no tengo nada que contar de primera mano. He escuchado que hay templos muy antiguos y hermosos, pero no voy a contarles algo sobre lo que no sé.

Lo que sí sé es que en Japón tienen la tradición de los festivales de verano. Cuando es verano la gente de cada comunidad se pone de acuerdo y organiza un baile. El baile se hace en una noche y en algún lugar abierto. Alrededor de la torre del tambor muchos mercaderes preparan sus tienditas para atender a los que buscan diversión. Hay comida, como calamar a la plancha, hay bebidas, como kakigôri, hay juguetes y juegos.

Uno de los juegos más japoneses es el "kingyô-sukui", o "rescata al pececito dorado". El dueño de la tienda pone una enorme ponchera llena de agua. En la ponchera hay un sinnúmero de pececitos, la mayoría son peces dorados, aunque se ven por ahí otra razas. Al niño que va a jugar (luego de que su padre ha hecho su colaboración monetaria) se le da un pequeño bowl y una palita de papel. La regla es que te quedas con los peces que saques del agua y metas en tu bowl. Lo dificil es que la palita de papel se deshace rápidamente, los pececitos son más pesados de los que soporta el papel mojado y, además, a estos no les gusta mucho que los anden arreando con paletas. El juego termina una vez que se te rompe la palita, lo cual es bastante rápido. Si tuviste suerte, el dueño de la tienda te entregará tus peces en una bolsita con agua.

Mi room-mate paseba por Shimane una noche y vió los signos de un festival terminado. Al llegar a la estación de trenes notó una bolsita al lado del bote de basura que contenía 7 pececitos: 6 diminutos peces dorados y un pececito cometa. Pero ahí los dejó. En Japón uno no agarra lo que no es suyo porque dueño ha de tener. A lo mejor el dueño fue a comprar algo y ya regresa. De modo que mi room-mate agarró el tren y se fué a dormir.

Al día siguiente pasó de nuevo por la estación y los pececitos seguían en su bolsita al lado del bote de basura... El encargado de la estación le dijo que nadie los había venido a recoger, que probablemente los habían tirado porque no los querían.

En este punto del cuento no pude evitar reflexionar: qué cruel es la cultura del siglo XXI. Hacemos lo que nos place con tal de pasar un buen rato y luego huímos de las consecuencias que nuestro entretenimiento acarrea, aunque eso signifique deshacerse de una vida.

Mi room-mate sintió piedad de los pececitos y los recogió. Ahora bien, ella no tenía como traerse los peces ni dónde ponerlos. No podía agarrar autobús con una bolsa de peces malnutridos y desoxigenados.

Un conocido de mi room-mate, un señor de nombre Aika, que vive en Shimane, salió al rescate. En el rutinario viaje en carro que hace a Ôsaka le hizo el favor a Tricia de traer los peces. Además, el muy generoso Sr. Aika compró una pequeña pecera con filtro y todo, de modo que los pececitos viajaron en turismo de lujo.

Tristemente, uno de los 7 pececitos no sobrevivió a estar metido en una bolsa por tanto tiempo.

Así que conectando los cabos de la historia, me encuentro en la sala de mi apartamento observando 6 pececitos suertudos de que Tricia los viera. Como soy una persona a la que le gustan los animales no dude ni un segundo en tener los peces. Y si vamos a tener tantos peces, por lo menos había que darles una pecera más amplia.

Al día siguiente pasé con una amiga por una tienda de animales y sin consultarle a Tricia me traje esto:



Mis amigas dicen que es una pecera muy masculina por el plateado del filtro y las piedras blanquinegras que del fondo. Cuando compraba los ingredientes sólo pensaba en que se vería muy avanzado.

La amiga que me acompañó donó un par de algas, y yo agregué un caracol al que nombré Paul (léase Pol, como en inglés).

Tricia escogió los nombres de los peces, de los cuales sólo me he aprendido: Izumo, el pez cometa, que tiene el nombre de un templo de Shimane; JR, el pez dorado más pequño y pálido, nombrado por la compañía de trenes que opera la estación donde fueron encontrados; Aika, el pez dorado más elegante, por el nombre del señor que se trajo los peces. Ya no sé diferenciar los demás, pero sé que hay uno que se llama igual que la prefectura.

Por cierto, aquí hay un zoom de Izumo. Supongo que pocos habrán visto antes un pez cometa color pez koi en detalle. Lamentablemente no pude tomar un mejor ángulo. Izumo se mueve demasiado...



No sé si es que mi pecera esta muy limpia y no había qué comer para un caracol, o si Paul no soportó los niveles de aminonia que liberan los peces, pero a las semanas Paul falleció. De mi ex-caracol sólo quedó el caparazón. Pero viéndolo por el lado positivo tengo un lujo que pocas personas se han dado jamás: tengo un fantasma que habita en un caparazón :D (¡Ghost in the Shell!).

Los peces tienen una gracia y una impredictibilidad hipnotizante. Algo que no puedo transmitir a través de fotos o video. Tener los peces es excelente. Es una maravillosa manera de relajarse luego de llegar del trabajo. Si no me preocupo por el tiempo, podría pasar horas en el sillón mirando la pecera.

Ese es el cuento veraniego de cómo 6 pequeños peces y un caracol fantasma pasaron a habitar una lujosa pecera en medio de un apartamento en Ôsaka (-;